Plano (2)
por Geraldine Salles Kobilanski
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Un mes de agosto
Estimado Fernando,
Le agradezco sobremanera que haya compartido conmigo el relato de su viaje transhistórico a través del cine. Nunca me he sentido lo suficientemente a gusto en este siglo –por eso leo desde pequeña el diario de Pessoa y sus incomodidades para con su época– y he logrado, mediante su escritura tan bella y precisa y tangible, imaginar nítidamente aquellos lugares, aquellas puestas en escena que ya no parecen resultar así lejanas. Le quiero proponer, con cierto pudor, un viaje de a dos, un viaje compartido, a través del cine. No hace falta que se cambie, puede seguir con su atuendo habitual –jean y remera negra. Sólo le pido que me conceda una cuota de su confianza. Entonces, ¿estamos preparados para emprender el viaje?
Nuestro primer destino es un Japón fantasmático, un tanto melancólico. Debo advertirle que no serán los queridos fantasmas de Pedro Costa, sin embargo aquellos pueden abrumarnos intensamente. Estamos ante Inconsolable Ghost de Makino Takashi o ante la no posibilidad de representación o la representación como puesta inacabada. Pero, ¿qué es en realidad un fantasma? Fuera de una comprensión esotérica o religiosa, encuentro una definición lúcida y me agradaría leérsela –frase que compartió conmigo Cao Guimarães y que es también una idea de cine. La cita pertenece a Rene Daumal y es la siguiente: “Un fantasma es una ausencia rodeada de presentes. Y como es la sustancia agujereada lo que determina la forma del agujero y no la ausencia que rodea esta presencia, así, cuando atribuimos intenciones, costumbres y una sensibilidad a un fantasma, estos atributos no residen en lo ausente, sino en lo presente que rodea al fantasma”. Parece que siempre estamos rodeando a los fantasmas, dándoles un sentido, una forma, una emoción, un llanto, una caricia. Cuando entre esas imágenes -que no buscan identificarse con nada ni nadie- se delinea una figura humana, irremediablemente buscamos darle algún atributo. Pero si damos un paso más, caemos en un vacío del cual nada sabemos. Un vacío que es el límite, el límite de nuestras posibilidades imaginativas. Nosotros moldeamos un vacío que no podremos llenar. Al delinearse esa figura humana, buscamos darle una narración, una historia que la albergue, una historia que le permita aferrarse a algo sólido -aunque efímero. Buscamos darle una historia cualquiera para aliviarnos, para no sentir, al menos en personas remotas proyectadas en una pantalla, que seguimos un camino narrativo errante, difuso, una vez más. Es que esas figuras humanas están finalmente ante la libertad de las imágenes; imágenes que no cuestionan, imágenes que no imponen, imágenes que no pretenden nada salvo la libertad. Imágenes, querido Fernando, que pueden aterrarnos, porque lo que más nos cuesta aceptar es la propia libertad.
¿Y qué ocurriría entonces en una tierra de primeros planos? ¿Toda la ausencia estaría contenida en aquel plano? ¿Acaso porque él es capaz de expandir un objeto o una boca cualquieras a dimensiones impensadas, como si el abismo finalmente pudiera ser alcanzado, al menos, a través de su representación? En esta tierra Fernando somos liliputienses, así que debemos tener cierto cuidado con nuestra conversación, porque una oreja gigantesca nos podría estar oyendo.
Es una silueta de una mujer embarazada –susurro. Es de Florencia Martinez, la pareja de Cao Guimarães. Cao está hablando en otras imágenes, describiéndola con admiración; escuchémoslo: «Ela tem 25 anos e seus olhos querem ver. Gosta de gatos e deuses. Carinho no pescoço e bife á milanesa; (…) ruas planas e reuniões de velhos comunistas. Gosta de palavras inusitadas e grifar frases em livros difíceis (…). Gosta das lareiras, das sombras e das borboletas.(…) Como é gostoso conhecer uma pessoa!». Sin embargo, todo está en esa primera oración, en el deseo de sus ojos de querer ver. Ver imágenes que permitan vivir, narrar los recuerdos y pensamientos pretéritos o potenciales, imágenes que puedan contener un amor que desborda los límites de un fotograma pero que aun así lo encuadra en el centro, a contraluz, formando una silueta que desborda su propio contorno femenino, pero que aun así cobija una nueva silueta, un esbozo infantil que recoge el excedente desbordado de los límites anteriores, mientras que ellos lo llenan de amor. Una imagen que ve, que está siendo vista, que será vista por unos nuevos ojos, apenas entreabiertos, pero que guardan imágenes únicas todavía no-vistas.
Alejémonos un poco, estimado Fernando, a ver si todavía nos pisa. Son los pies de Beppie, la vecina de Johan van der Keuken. Son unos pies extremadamente inquietos, jóvenes, rebeldes y ansiosos por conocer todas las baldosas ignotas. Son los pies de una niña atenta, conscientes de dónde provienen, sin interesarse demasiado hacia dónde van -seguramente por su temprana edad- y sabiendo que algún día su camino tendrá un fin. Son unos pies que se divierten apresuradamente cada vez que tocan el timbre de una casa desconocida y se dan a la fuga. Son pies que precisan saber cómo conseguir algunas monedas, porque todo cuesta dinero en esta sociedad occidental, capitalista, por no decir mezquina. Son los pies de Beppie que abren y cierran el filme porque saben, por fortuna, que aún tienen mucho por recorrer.
Acabamos de llegar a nuestro último destino. Es una tierra, cuyo movimiento natural se despliega de modo helicoidal. Son imágenes de la repetición de una acción o de una acción repetida en el intento de completarse. Una imagen convencional: una mujer y un hombre a punto de besarse. Pero no sucede. Sus labios no llegan nunca a rozarse, por más que lo intenten una y otra vez. La imagen no puede representar el beso que –probablemente- se hayan dado durante el rodaje. Hay una imagen que falta, un fragmento que deja ver la construcción de la puesta en escena. Y el filme no podría haberse llamado de otro modo que Liebesfilm de Peter Tscherkassky. Una imagen que reverbera: es una carta que deambula por distintas imágenes de cine de Pedro Costa. Ventura recita una y otra vez una carta que no llega, una carta que no conoce otra forma que la oralidad, una carta que debe ser repetida constantemente para no ser olvidada y que ya ella y su voz son indiscernibles; las palabras ya son roncas y trémulas y nosotros ya las vamos tomando propias para que se sigan expandiendo. La lúcida idea benjaminiana sobre el cine como proceso de construcción de sentido, como el arte que ensambla trozos de la realidad, siempre está presente en todas las imágenes de cine, pero en esta tierra final, querido Fernando, se siente más confortable. Y aquí las imágenes al repetirse sin cesar, no permiten que sean capturadas. Sólo recurrir a la imaginación nos dará la posibilidad de congelarlas, de separarlas de sus otras compañeras que conducen a simular un movimiento real, uno vital. Sólo así, mediante la imaginación, podrán tener la sustancia agujereada, aquello por lo que existen, aunque ya sean la ausencia de nuestra presencia, finita.
¿Cómo, cómo seguiremos formando el agujero de los fantasmas, de nuestros fantasmas? Pero, ¿qué es un fantasma? Sólo resta seguir asomándonos al abismo del cine y ver entonces qué sucede.
Su admiradora sempiterna,
Geraldine Salles Kobilanski
|Para leer la correspondencia completa, pueden descargar el siguiente PDF: Correspondencia completa | Pujato – SK|