Plano (4)
por Geraldine Salles Kobilanski
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Un mes de diciembre
Estimado Fernando,
Con ansias de responder su último contraplano, le pedí prestado a Don Celso -o a Rododendro, el niño que mantenía una amistad imaginada con Beethoven, a quien lleva por primera vez al cinematógrafo, y cuya vida y muerte se encuentran reunidas en el maravilloso filme La noche de enfrente (2012) de Raúl Ruiz- una de sus variadas botellas con barcos en su interior, puestas ordenadamente sobre un mueble mientras un lento travelling en primer plano las recorre. Me quedé un momento a solas en su cuarto, las examiné y finalmente tomé la que contenía el barco que más se asemejaba a Mota Negra, el barco que Rododendro avistó por vez primera con el Capitán Pata de Palo y que casualmente -o no- mantenía una similitud con el de un filme que él había visto el domingo pasado (sospecho que las imágenes del cine y las de su infancia se enlazaban con tal fuerza y cariño en su joven memoria que ya no había distinción entre ellas). Una vez que tuve la botella en mis manos, me fui de su cuarto, de la posada, hasta llegar a la orilla del mar. Caminé unos pocos metros hacia adentro, me arrodillé mientras el mar acariciaba lentamente mis piernas, cerré los ojos, apoyé la botella sobre la superficie acuosa y me desprendí de ella, no sin antes introducir un mensaje con mis intenciones de recordar, filmar y escuchar. Hace pocos meses que está navegando en busca de sus costas, querido Fernando -quizá hayan podido encontrarse o quizá no le tocó otro destino al pobre barco que el naufragio. Me quedé un rato sentada en la arena, escuchando -aún con los ojos cerrados y esbozando una tímida sonrisa- el infatigable movimiento del mar. En ese momento, también sentí la necesidad de que mi cuerpo comenzara a andar. Seguí el consejo de Don Celso y salí a caminar por un buen motivo, para buscar palabras, y agregaría: para buscar imágenes. Hemos llegado al final de nuestra correspondencia, estimado Fernando. Y en busca de algunas palabras e imágenes para finalizar el último plano, revolví las imágenes de la historia del cine -siempre tan generoso y lúcido- y a cambio me devolvió las imágenes de O Sangue (1989), película que inicia la filmografía estremecedora de nuestro querido Pedro Costa. Vicente, Nino y Clara, tres cuerpos en movimiento que desafían el propio desplazamiento del cine, perdiéndose luego, paulatinamente, en otras imágenes y en otras geografías cinematográficas, en otros personajes y en otras miradas. Vicente, Nino y Clara dominan una fuerza estrepitosa que impulsa a las imágenes de Costa hacia otras oscilaciones o hacia su condensación en el gesto de la quietud -como en los cuerpos de Ventura y Lento. En O Sangue se esboza la primera forma epistolar que atravesará su cine; el padre enfermo y endeudado de Vicente y Nino escribe una carta que no terminará, Vicente lee apenas dos líneas. Mientras ellos dialogan sobre la carta, el tratamiento del padre y Escuro -el perro andariego que Nino alimenta de vez en cuando-, un plano cerrado, ligeramente en contrapicado, mantiene la misma distancia que existe en la relación padre-hijo. Ya fallecido el padre -muerte sepultada en silencio y convertida en secreto entre Vicente y Clara-, Vicente le permite a Nino faltar a clases y acompañarlo a su trabajo clandestino. Un plano cerrado mantiene la misma cercanía que existe en la relación de hermanos, dialogan sin verse, pero Nino lo abraza mientras Vicente le cuenta que está escribiendo una carta para ellos mismos, que todavía no ha llegado, quizá la próxima semana, y sus miradas convergen en un punto lejano, un tanto melancólicamente, con un grado de esperanza contenido en el trazo de la mueca de Nino aún no consumada en sonrisa. Nino y Clara también guardan un secreto o en realidad sólo él le contó el suyo en tanto ella, al reencontrarse ambos en la última escena, le expresa que comparten el mismo, pero ya es tarde. Un secreto se confiesa en el instante en que el alma se desnuda frente al otro, abandonando sus miedos y sus limitaciones. Para Nino ese instante ya había pasado. Nino cuenta hasta 100 aferrándose a la idea de que su hermano lo irá a buscar para llevarlo de vuelta a casa, antes de que Clara y Vicente fueran a dar un paseo y lo dejaran solo en su habitación, descuidando -consciente o inconscientemente- que su tío no se daría por vencido y se lo llevaría con él. Y mientras los cuerpos de Vicente, Nino y Clara se mueven, se desplazan, se estrujan y se vuelven a ensanchar, las imágenes los retratan con un blanco y negro absolutamente bello, conmovedor y humano. Un blanco y negro que sólo es posible con una luz justa para cada encuentro, para cada despedida y para cada comienzo. Estas imágenes, parafraseando al querido Ruiz, fabricadas por esas máquinas que son mitad cámara fotográfica y mitad bicicleta, ven a Nino partir para su hogar, en un pequeño bote solo o bien, acompañado por un extraño o un desconocido. Tanto el extraño como nosotros no sabemos hacia dónde se dirige, o mejor dicho, sí sabemos, pero quisiéramos llegar a sus costas con él.
Quizá sea hora de dar comienzo a un plano secuencia. Hasta pronto, querido Fernando.
Con afecto,
Geraldine
|Para leer la correspondencia completa, pueden descargar el siguiente PDF: Correspondencia completa | Pujato – SK|