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Señoritas. Derivas de una vida simple.

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Señoritas. Lina Rodríguez. Colombia/Canadá. Formato HD. 87min. 2013.

Señoritas

Derivas de una vida simple.

Por Sebastian Wiedemann

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¿Que constituye la singularidad de una imagen?

La carta robada de Edgar Allan Poe, alcanzaba su singularidad, al estar ahí y aun, sin ser vista, aparentando no estar.

Cuando en el mundo y en la imagen, o en el mundo como imagen, todo está dado a significar y a aparecer, quizás lo más visible es aquello que en su sobriedad diluye cualquier imposición de significación.

Somos visibles, porque no significamos, porque nos hacemos menores y nos escabullimos de cualquier articulación que nos quiera encadenar. Somos fragmentos dispersos, que quizás entre los intervalos y en ese aun que dura, logran soltar esa intensidad única, que nos hace singulares.

La singularidad de Señoritas es frágil y sutil, no sobresale, pero está ahí y aun. Entre fragmentos de un cotidiano, situaciones se consumen en sí mismas, sobreviviendo lo suficiente, como para que un rostro también lo haga en la superficie de la imagen. Rostro que es solo punto de anclaje en y de la imagen, pues recordemos que intentar buscar algo detrás de un rostro, es lo mismo que intentar buscar algo detrás de un fotograma. Bergman, ya nos mostró las consecuencia de ello en Persona, la imagen del rostro y del celuloide empiezan a arder.

En apariencia, la imagen es demasiado sobria y austera, tensionando las atmosferas a que decanten ciertos atributos de paisaje. La simplicidad, que adelgaza la imagen, hace que casi nada se distinga del fondo, sólo este rostro que se hace llamar Alejandra sobresale. Es ella, el elemento que logra concentrar cierta fuerza. Elemento centrípeto, que quiebra el decorrer del paisaje dentro del paisaje que absorbe el fondo, como si una intuición en la cámara supiera que algo arde en ella, en ese epicentro de imagen, de cuerpo, de cuerpo de la imagen.

Casi siempre las variaciones y modulaciones de una vida son imperceptibles. Es, en momentos excepcionales, que logramos liberar algún ritmo. En el –mientras tanto- sobrevivimos entre fragmentos y derivas simples, creando puentes arbitrarios, que nos dan una sensación de continuidad. De vez en cuando, se quiebra el puente y caemos en el intervalo, en la noche, en el transito que hace al verdadero movimiento.

¿Qué hay por detrás de un rostro? ¡Una nuca! Quizás el lugar más singular de Alejandra y de la imagen en Señoritas, aquel que permite contornar un fondo y desprenderse del paisaje imbuido, aquel que como intervalo se dice seguir-un-cuerpo-que-camina. Lugar de fuga que convoca la duración más potente e intensa.

Abandonamos el rostro, que parece promesa (el film empieza con un largo plano secuencia del rostro de Alejandra dentro de un auto) y nos dejamos arrastrar por un lugar más abyecto como la nuca, pero que a la vez arde más.

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La imagen arde y se hace singular en nuestros oídos. Caemos en la noche, transitamos el caminar de un cuerpo que se pierde en el monocromo de la oscuridad, tanto así que la nuca es solo un lugar que intuimos, pero que sabemos sostiene ese rostro que no deja que la imagen se pierda en el vacío. Escuchamos los pasos, que en su repetición van abriendo una otra dimensión. Un ritmo, una intensidad, se liberan. No sabemos de donde viene o hacia dónde va el cuerpo, eso poco importa, pero sabemos que en el medio algo ha cambiado, algo se ha hecho singular. El caminar, que dura, los pasos que resuenan, han modulado a la materia y a la imagen, llevándola a una profundidad superficial. Se ha adquirido un volumen, un relieve, que tímidamente se aventura a salir y que define un fondo, o para mejor decir, un sin-fondo desde el cual una diferencia, una singularidad, se puede distinguir. Situación, imagen-(de)-pasaje que se repetirá de nuevo.

De esta vez y a la luz del día, Alejandra camina con el cabello recogido, el cuerpo se dice espalda y nuca sin velo. Algo se hace visible, sin aparecer. La noche y su monocromo vuelven a caer y los pasos una vez más hacen rugosa la superficie. Algo está ahí y aun, sin ser visto. Sabemos que algo vibra, que algo se desprende entre el sonido de los pasos. La potencia de un ritmo, aunque sutil y cauta, burbujea. Entonces, el film puede acabar.

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Derivas de una vida simple o el –mientras tanto- que se hace necesario para alcanzar el ápice de una singularidad contenida en un único plano. Vivimos desgarrados, de modo simple, por fragmentos que se consumen, esperando poder hacer espacios dentro del espacio, en cuanto se dura. Esperando por ese acontecimiento, por ese singular, por ese intervalo, que quizás ya es ese tránsito que está ahí y aun, ese caminar dando la espalda y sintiendo el atlas en la nuca para intentar sostener una existencia, que antes que rostro, es ritmo que se pasea. Es pasos que suenan.

La carta robada aparece escondiéndose, así son las derivas de una vida simple, pequeños fragmentos, pequeños instantes que parecen disiparse o aparecen disipándose para que uno que es inmanente a todos ellos pueda aparecer por la espalda, por su revés.

Derivas de una vida simple,
empezar por el medio, por el caminar que irrumpe, que da sentido y ritmo.
Asignificante, como la vida,
solo preocuparse por lo que suena,
por los pasos que suenan,
por esa intensidad a la vista y en vista de ser oída.

Entonces, decir como Gertrud Stein:
“Me gusta tener una vista, tan solo para sentarme de espaldas a ella”

Por la espalda y al revés, en esa nuca solapada o revelada que arde, la imagen orbita y haya su tercer ojo, su chispa centelleante y de vida que la hace única y singular. Entonces, el film puede empezar de nuevo.

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